Los retratos de Wáshington en sus últimos años presentan todos una fisonomía fresca, como iluminada por sonrisa de satisfacción y de calma; en la mirada brilla la esperanza; el rostro redondo, de curvas borbónicas, resplandece con la paz augusta de un Libertador satisfecho de su obra, remunerado en sus esfuerzos, pagado de su gloria, lleno de confianza en la duración de su ideal, seguro de que su labor continuará siendo benéfica y grande y desarrollándose con serenidad a través de los siglos.